Jerusalén.- Una de las primeras cosas que recomiendo para aquellos que vienen a Israel y desean conocerlo a profundidad es no solo visitar los lugares históricos y emblemáticos –que hay y por montones– sino también entrar en contacto con su gente. Reconocer que es uno de los países más complejos socialmente que hay en el mundo y que ello lo hace único.  

Y qué mejor manera de hacerlo que subirse a un autobús para dar una primera mirada a su componente étnico y religioso. Por lo pronto, hay que saber que hay dos grupos fuertes por estos lares, judíos y árabes.

Sí, Israel que se hace llamar el “hogar nacional del pueblo judío” y que tiene una población de poco más de ocho millones de habitantes posee una numerosa comunidad árabe –musulmana y cristiana– que suma 20% del total. Pero de ellos, hablaré en mis siguientes crónicas.

Hoy me concentraré en los judíos que por alguna razón muchos en el exterior tienden a asociar con el tonto estereotipo de gente que viste solo de negro, con sus gorros altos y sus rizos y barbas largas. Claro que los hay, pero no son todos.

La comunidad judía en Israel es muy diversa y ello se debe, fundamentalmente, a que este es un país que ha nacido y se nutre actualmente de la inmigración constante. Es decir, no hay un solo tipo de judío, sino muchos tipos que tras dos milenios en el exilio han desarrollado sus propias costumbres culturales, culinarias, lingüísticas, etc.

Ahora, tampoco es que “todos” vivan en Israel. Tomo aquí una investigación del demógrafo israelí Sergio Della Pergolla, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien cifra en 13.5 millones los judíos en el mundo. Del total, 44% vive en Israel (poco más de seis millones).

Según el experto, el país que más judíos tiene después de Israel es Estados Unidos con una comunidad de 5.5 millones aproximadamente –concentrados en ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Boston y Washington D.C–, el 39% de la población mundial. Le siguen Francia (480,000), Canadá (375,000), Reino Unido (291,000) y Rusia (194,000), entre otros.

Cuando Israel declaró su independencia en 1948 se calcula que había en el pequeño y nuevo Estado una población de 600,000 judíos –según cálculos de las Naciones Unidas– lo que hizo que sus primeras autoridades hicieran un llamado a la diáspora para el retorno voluntario al hogar nacional.

Recuerden, eran los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y el mundo estaba conmocionado aún por la matanza de seis millones de judíos en el Holocausto (“Shoá”, catástrofe en hebreo) a manos de los nazis. Guste o no, si Israel nació como Estado moderno fue porque se creyó que podía ser el último gran refugio para millones de judíos que vivían alrededor del mundo y que podían enfrentar más ataques antisemitas.

Fue así que desde fines de la década de los cuarenta han llegado aquí cientos de miles de judíos de todas las partes del mundo que han dado un carácter único a este país. No soy un sociólogo pero puedo agruparlos en dos grades factores para su clasificación: Por su procedencia y por su postura frente a la religión.

Según su procedencia tenemos a:

Fuente: Diario haaretz

a.  Los asquenazíes. Provenientes básicamente de Europa del Este que hablaban yidish, una extraña mezcla de alemán, hebreo y otras lenguas eslavas. Fueron el grupo más golpeado en la “Shoá” y se caracterizaban por ser muy religiosos y aislarse en sus comunidades. Casi fueron exterminados en países como Alemania, Polonia y Hungría y aquellos que lograron sobrevivir lucharon para impulsar el sionismo, la ideología que proclama la creación de un Estado propio para el pueblo judío.

Este colectivo puede caracterizarse físicamente por tener la tez más blanca y cabellos rubios –aunque no quiero generalizar– y algunos abrazaron el agnosticismo. Se sentían orgullosos de su identidad judía más no necesariamente de su fe –complicado de entender pero esto es Medio Oriente–. Por décadas la clase política ha estado dominada por los asquenazíes y casi todos los primeros ministros han pertenecido a este colectivo.

b.  Los sefardíes. Grupo proveniente de países como Italia, Grecia, Turquía y Marruecos y que son herederos de los judíos expulsados por los reyes Católicos de España (Sefarad) en 1492. Se les puede reconocer por su piel más tostada y sus cabellos oscuros y porque en sus familias los más viejos hablan ladino, un castellano medieval.

Un dato extra. He leído estudios que señalan que muchos sefardíes huyeron de España en los barcos de los conquistadores y que las actuales comunidades judías en Latinoamérica hunden hasta aquí sus raíces. Hay quienes tienen apellidos sefardíes y no se han enterado. Hoy son católicos, apostólicos y romanos pero tienen raíces judías. No pierden nada con revisar su árbol genealógico.

Fuera del aspecto físico, que puede engañar, los askenazíes y sefardíes se diferencian en algunos detalles en sus liturgias religiosas pero hay que ir a la sinagoga para darse cuenta.

c.  Los mizrajíes. O judíos provenientes de los países árabes e islámicos. En Jerusalén tuve una conversación con Yamil, un joven vendedor de 20 años, cuya familia era oriunda de Yemen.

“Amo este país pero a veces me gustaría saber cómo era la tierra que aún extrañan mis abuelos”, dice con cierto pesar. “No fue fácil para ellos, la familia tenía 600 años en Yemen, hablaban árabe y tenían grandes y antiguos amigos”, me dice una tarde fría en la ciudad santa.

Según Yamil, después de 1948 las cosas cambiaron para cientos de miles de judíos en Medio Oriente. Israel ya era una realidad y los países árabes comenzaron a acosar a sus viejas comunidades judías que no les quedó más remedio que huir. Sus abuelos salieron a inicios de los 50 cuando se puso en marcha la operación “Alfombra Mágica”, que sacó a 49,000 judíos de Yemen. Hoy la música mizrají , que es tan popular entre los jóvenes, suena exactamente a la que escuchan los árabes.

Cerca al departamento en el que vivo en Beer Sheva hay un lugar donde se hospedan los olim (inmigrantes recién llegados). Allí es común encontrar a los mizrajíes, tan atrasados culturalmente, con sus pieles curtidas por el sol del desierto hasta confundirse por árabes que prefieren sentarse en el suelo al estilo de los beduinos en lugar de las sillas y comer con sus manos en lugar de usar tenedores o cucharas. Sin dudas, el choque cultural es grande para ellos y tardan mucho en asimilarse.

d. Los rusos. Así, a secas se les conoce aquí. Esta gran comunidad procede desde inicios de la década de los noventa de la extinta Unión Soviética y tiene serios problemas para su integración. Toscos en su carácter abrazan ideas muy nacionalistas y ultraderechistas pero prefieren comunicarse en ruso antes que en hebreo. Tienen sus propios periódicos y hay quienes critican que el ruso sea como una especie de segunda lengua oficial acá en Israel. “Hablan el hebreo porque deben y no porque quieren”, me dice una amiga. Pareciera que la frialdad de las estepas euroasiáticas les llama más la atención que estas tierras casi desérticas.

e.  Los etíopes. Los judíos negros de Israel que se consideran descendientes de Menelik I, presunto hijo del rey Salomón y la hermosa reina de Saba. Suman unas 120,000 personas a las que se les reconoce ser parte del pueblo de Dios por practicar desde cientos de años ritos intrínsecamente judíos como la circuncisión, respetar el shabat y no comer cerdo. Los "falashas" (“emigrados” o “exiliados” en amárico) tienen, sin embargo, problemas de integración y desarrollo económico.

Muchos sectores tradicionalistas no les reconocen como “judíos auténticos” y se calcula que el 50% vive por debajo del umbral de la pobreza, una cifra preocupante si consideramos que solo el 16% de la población judía israelí vive bajo estos parámetros.

Religiosos vs laicos

Ahora, si estas diferenciaciones no bastaron para confundirlo a los judíos también hay que distinguirlos entre los religiosos y los laicos. Los primeros son observantes devotos de la Torah y llevan su vida religiosa hasta en los más pequeños detalles.

Los hombres usando siempre gorros o kipás y las mujeres usando pañoletas o pelucas para cubrir sus cabellos naturales porque solo sus maridos tienen ese “privilegio”. De vestimenta modesta, faldas largas y zapatos chatos –que no hagan ruido al caminar– es común encontrarlas al cuidado de cinco o más hijos porque Dios ordenó “crecer y multiplicarse”. En la calle donde vivo en Beer Sheva hay una pareja con 17 hijos mientras mi vecina prefiere la módica suma de 12 vástagos. Yo con uno me haría un mundo.

Los religiosos prefieren una ciudad como Jerusalén, donde pueden estar cerca del Muro de los Lamentos y el Monte del Templo, el lugar más sagrado para el judaísmo.

Los laicos, en cambio, que repelen la religiosidad, prefieren una ciudad como Tel Aviv, tan progresista que puede organizar el Gay Parade, único en su tipo en todo el Medio Oriente con plena libertad y sin que los religiosos se golpeen el pecho o se rasguen las vestiduras ante semejante espectáculo.

Con todo lo leído puede usted ahora entender por qué nunca un partido ha ganado por mayoría simple de los votos (50% más uno) en unas elecciones nacionales y por qué algo tan fundamental como la paz con los palestinos puede ser tan complejo si desea someterse al escrutinio popular. Hay para todos los gustos, en tiempos de paz y en tiempos de guerra.

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