Jerusalén.- Me escribe un lector confundido porque no tiene claro algunos términos que estoy utilizando en mis crónicas y que ha escuchado o leído también en los reportes internacionales.
Sucede que aquellos que cubren las noticias en Medio Oriente asumen que el público sabe de lo que están hablando y no explican algunos conceptos por la premura del tiempo y la velocidad con la que se suceden los hechos.
Hoy no, ahora me doy una pausa para explicarle algunos “pequeños grandes detalles” –como me dijo un viejo corresponsal en la zona– que le puedan servir de guía para mis siguientes reportes y por qué no, a la hora de abrir un diario o ver la televisión. Aquí una pequeña lista:
a. Judaísmo. Pueda que se equivoquen o no –depende de la interpretación de cada uno– pero hay quienes consideran al judaísmo la doctrina, fe, tradición, religión más antigua del mundo. Por lo menos, la más antigua de las tres monoteístas, las otras dos son el Cristianismo y el Islam.
Sus orígenes se remontan a Abraham, “el hebreo” (“ivri”, “el de la otra margen”), quien hace más de 3,600 años dejó su hogar en el lado oriental del río Eufrates (el actual Irak) para establecerse en una tierra que Dios dio a su descendencia en “pacto perpetuo”. ¿Imaginan cuál es esa tierra? Sí, el actual territorio de lo que es hoy Israel y Palestina.
No entraré en explicaciones teológicas detenidas, porque no me corresponden para esta nota, pero sí podría decirles que hay rasgos fundamentales dentro de la fe judía como la creencia de un Dios “único y moral”, que exige a la humanidad una vida ética y justa.
Asimismo, este Dios es Universal porque su soberanía se extiende a todo el mundo aunque haya hecho un pacto exclusivo con Abraham luego de probarlo para que dé en sacrificio a su primogénito Isaac en el Monte Moria que, ustedes ya deben imaginarlo, está situado en la actual Jerusalén.
Los judíos recuerdan este pacto con una marca física que los ha caracterizado a lo largo de la historia: la circuncisión (o “brit milá” que debe celebrarse a los ocho días de nacido un varón judío). Fue esa misma promesa de darles una tierra “donde brota leche y miel” lo que hizo liberarlos de la esclavitud de Egipto y entregarles, siete semanas después, en el Monte Sinaí, la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia, para que usted pueda ubicarse), incluido los Diez Mandamientos.
Allí se contemplan todos los preceptos de la fe judía y la forma cómo deben ser cumplidos. Por ejemplo, la Torá o los Cinco Libros de Moisés prohíbe el trabajo en “shabat” y la ingesta de animales considerados impuros. Por lo tanto, no se sorprenda que sea imposible en Israel tomar un autobús el día de descanso –a la caída de la noche del viernes hasta la puesta del sol del sábado–, comprar cerdo en los supermercados o pedir tocino en una hamburguesería. Hay lugares especiales donde los gentiles –no judíos– pueden comprar chancho, pero son muy poco comunes.
Por último, otra concepción básica del judaísmo es el rechazo total a toda avenencia a su espiritualidad. Es decir, la fe y la mente judía no pueden aceptar la idea de una divinidad infinita que tenga hijos o que se reduzca a las limitaciones finitas de un ser mortal. En clara referencia a Jesús, el judaísmo rechaza tajantemente a la idea de un hombre que se convierte en Dios o de un Dios que asuma la forma humana. Allí está, entonces, el gran divorcio entre judíos y cristianos.
b. Judío. El origen de esta palabra se remonta a los descendientes de Judá, hijo de Israel –también conocido como Jacob–, nieto de Abraham. Judío también fue el gentilicio del que pertenecía al Reino de Judea que sobrevivió a la destrucción del Reino de Israel en el año 722 antes de la Era Común.
Sí, la historia es complicada pero debe tenerla en cuenta si quiere entender la manera de pensar de algunos sectores judíos tradicionalistas que alegan motivos religiosos en su reclamo para el territorio palestino. Así que ánimo.
Hoy, lejos de estos conceptos históricos, hay dos formas de ser considerado un judío. Primero, si se es nacido de una madre judía. Según la tradición religiosa la pertenencia a una familia judía queda determinada solo por la vía materna. Los hijos de padre judío y una madre gentil si desean ser aceptados totalmente por el sector más tradicionalista en Israel deben hacer un curso de conversión.
De otro lado, el Estado israelí aprobó –y ha modificado varias veces– la polémica “Ley del Retorno” que concede residencia y ciudadanía israelí a todas las personas en la diáspora judías o descendientes de judíos hasta la tercera generación (hijos, nietos, sus cónyuges e hijos menores de edad de los cónyuges).
Tengo que recalcar que un judío no necesariamente tiene que ser un creyente o practicante de la fe judía. “Si naciste de madre judía serás judío toda tu vida, así practiques el Islam o el Cristianismo o el Budismo. Es algo que no puedes quitar de tu esencia”, me dice Yoel Mendel, un argentino que emigró a Israel en la década de los setenta.
“Puedes ser ateo y renegar del Dios de Abrahan, Isaac y Jacob y eso no te quita lo judío y el derecho de regresar a tu tierra”, dice Mendel en una charla frente al Muro de los Lamentos, en Jerusalén.
Pero es esta manera de pensar lo que saca de quicio a amplios sectores palestinos que se quejan por el reconocimiento que da Israel al derecho de todo judío a regresar a su tierra ancestral pero no reconocer el derecho de cientos de miles de desplazados árabes que salieron de sus hogares en 1948 por la guerra. Un hogar que también les perteneció por cientos de años.
Asimismo, la segunda manera de ser considerado judío es luego de un proceso de conversión que dura aproximadamente un año. Si lo realiza en Israel tiene que ser bajo la supervisión halájica de un reconocido Bet Din (corte judía o tribunal rabínico) bajo una interpretación ortodoxa.
Hay, sin embargo, conversiones que se realizan en el exterior bajo las modalidades judías conservadoras o progresistas. Los ortodoxos no las aceptan pero el Tribunal Supremo israelí confirmó recientemente la validez de estas conversiones para la diáspora, más no en el interior del país.
c. Israelí. Persona nacida en el Estado de Israel y que posee un documento de identidad que le permite tener ciudadanía y residencia pero que no es necesariamente judía. Con poco más de ocho millones de habitantes el 75% de la población israelí es judía, el 20% árabe y el restante 5% tiene el estatus de “otros”.
He escuchado a más de uno decir el término “israelita” en lugar de israelí. Es incorrecto. Israelita es el descendiente de Israel o Jacob, como mencioné anteriormente, y cuyos 12 hijos formaron las famosas 12 tribus de Israel.
d. Semita. Esta palabra se refiere a los descendientes de Sem, el hijo mayor de Noé. Sí, el mismo de la historia del arca y el diluvio universal. Las lenguas árabe, hebrea, aramea, entre otras, comparten ciertas características que las convierten primas entre sí. Hasta hoy por esta y otras coincidencias históricas que explicaré en las siguientes crónicas tanto árabes como judíos se llaman “primos” –que lo hagan de manera despectiva depende de cada uno–.
Sin embargo, el escritor y filósofo Gustavo Perednik ha pedido que se deje de lado la utilización de un término como “antisemitismo”, propuesto por el político y racista alemán Wilhem Marr (1819-1904). Para el argentino residente en Israel se puede hablar de lenguas semíticas pero no de razas semíticas pues es un “absurdo”. Él prefiere el término “judeofobia” porque es más preciso para señalar el verdadero destinario de la aversión, el judío, y su carácter irracional.
Con todo lo leído por usted piénselo bien antes de asociar a todo israelí como judío o a un judío como una persona religiosa o creyente y que, incluso, le interesa el vivir en el Estado de Israel. Muchos ni siquiera les importa, lo consideran o saben algo de él.
Es hora también que empiece a entender que parte de las causas del conflicto con los árabes palestinos no solo son históricas sino también religiosas y que ello hace muy difícil su discusión y, peor aún, su resolución. Pero, este blog está para ayudarlo. Nos leemos pronto.
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